Dura es la vida del monarca, que lo mismo tiene que luchar contra los elementos cuando creía que su enemigo era una flota rival, que contra las plumas estilográficas cuando pensaba que su única preocupación sería tener que contener su profunda incomodidad durante los cinco minutos que le grabasen las cámaras. Por suerte para Carlos III de Inglaterra, ese hombre que comienza su vida laboral superada la edad de jubilación, la solución a su primera crisis como rey ha sido llevarse su propio bolígrafo. Dos situaciones polémicas han hecho falta para llegar a esta medida. Esto promete. Una semana de despacho con autoridades y asesores y un par de montañas de documentos y lo tenemos abdicando. Eso si no se le cruza antes otro de esos inventos del demonio que escupen tinta en el momento más inesperado. Con tanta modernidad ya se podía haber establecido que los reyes firmen con un sensor de huellas, ¿verdad Charles?
