El espíritu de la colmena
Ya no soporta traza de cera y miel el alma solidaria de la colmena social. Nada resta de ese exquisito cuidado con los responsables y fraternos aires que animaron los primeros años de democracia. Tiempos jóvenes, alegres y generosos, capaces del ingente sacrificio de esa miel capaz de nutrirnos a todos. Un alimento natural y plural del que todos participábamos para ganarle la partida al General en la más grosera de sus elaboraciones autoritarias, la de justificar su asfixiante tutela bajo la disculpa de que éramos incapaces de vivir y laborar en la sana armonía de la colmena. Ese fue el sentido de la transición, esforzarnos en consentirnos en el faenar de las flores ajenas y de las nuestras. Puede parecer poco, pero supuso un esfuerzo ingente, por mor de las dificultades que hubo que sortear. Porque es mentira que fuese la nuestra una elaboración pacífica y cómoda, como así lo atestigua el inmenso horror de los crímenes cometidos por los muchos monstruos, siempre al acecho y siempre dispuestos a imponer por la fuerza de la violencia su modelo social y territorial.
En sus cainescas manos y las de insaciables apicultores se corrompe hoy el pacífico espíritu de la colmena y diluye la miel de la solidaridad y la esperanza, para retomarnos en el crónico y famélico ser de la batalla y la derrota, bajo un vórtice de populismo y podredumbre capaz de devorarlo todo para vomitarlo luego como «esencial» alimento de tan elemental espíritu.
