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A muchos trabajadores les sorprendió que los sindicatos convocaran una huelga general y paros parciales el pasado día 15 por la situación de Gaza, justo cuando se acababa de alcanzar un acuerdo de paz celebrado por gran parte de la comunidad internacional.

La sorpresa no fue por el gesto de solidaridad con el pueblo palestino, –toda persona sensible debe condenar la masacre perpetrada por el ejército israelí–, sino porque cuesta entender esa huelga general por un problema externo mientras aquí dentro los sindicatos “no se mueven” ante los problemas económicos de trabajadores y familias.

Es verdad que la española es la economía avanzada que más crece y el Fondo Monetario Internacional pronostica que el PIB alcanzará este año el 2,9%, un dato que halaga al Gobierno. Claro que “un mayor PIB es condición necesaria, pero no suficiente para lograr la cohesión”, escribe José Luis Gómez. España, añade el editor de Mundiario, “arrastra una insuficiente distribución de la riqueza, un déficit de justicia social, que amenaza con desgastar los frutos de esta etapa de bonanza”.

Por tanto, frente a esta pujanza hay otra realidad económica que no analiza el Fondo: la inflación y los salarios que no crecen en consonancia con los precios de la cesta de la compra; los jóvenes atrapados en la precariedad o en el paro; el precio de la vivienda; las hipotecas asfixiantes; la desigualdad desbocada, los 12,5 millones de españoles en riesgo de pobreza…

En este contexto económico, los sindicatos están desenfocados, alineados con el Gobierno y más preocupados por no incomodar al poder que por alzar la voz defendiendo a los que sufren sus políticas. Hay que recordar que la función del sindicalismo es representar a los trabajadores, defender sus derechos, negociar mejoras salariales y laborales y ser contrapeso del poder político y empresarial.

Pero no se movilizan ante los problemas económico-sociales, como el empleo de calidad, la pérdida de poder adquisitivo, la precariedad laboral y salarial, el coste de la vida, la desigualdad o el imposible acceso a la vivienda. Su silencio es muy elocuente y su complacencia con el poder (¡hasta que gobierne la derecha!) erosiona su credibilidad y los aleja de los trabajadores a los que dicen defender, lo que explica que la huelga por Gaza tuviera tan poco eco mediático y respaldo ciudadano. Es el reflejo de la distancia entre las cúpulas sindicales y los trabajadores que ven cómo no se ocupan de los problemas reales de su vida diaria.

El sindicalismo de Nicolás Redondo y Marcelino Camacho fue la fuerza y motor de la justicia social, pero el de hoy tan solo es una caricatura de aquel, atrapado entre la burocracia, la complacencia y la pérdida de contacto con la realidad económica. Si no despierta de su “hibernación” serán los trabajadores quienes le den la espalda definitivamente.