Pasarela San Jerónimo
El día en el que la exdiputada de la CUP y reputada antisistema, Anna Gabriel, se ingresó, como un valor más y de la mano de otros compañeros, en Suiza –paraíso del sucio aseo del blanqueo– supe que algo no iba bien, que se había quebrado el principio de la más elemental coherencia ideológica: la vestimenta. Digo de la mano, y me duele, porque días atrás, X. Fortes, al hacer referencia al Premio Ondas recibido por I. Lafuente, añadía «de la mano de Gabilondo». La frase encarna otra suerte de desprecio entre vestidos, porque qué le costaba quitarle la mano de Iñaki al premio del bueno de Isaías. Entiendo que es por camaradería, sin reparar en que en el afán de arropar al líder se termina desnudando al acólito.
La bancada de la derecha se mantiene gris y taciturna; en cambio, la de la dicharachera izquierda recuerda la cabeza de una exótica ave del paraíso
Pero volviendo al envoltorio, digo vestuario, que es lo más visible y profundo de la cuestión, tengo que decir que se podría dividir a sus señorías por colores. La bancada de la derecha se mantiene gris y taciturna; en cambio, la de la dicharachera izquierda recuerda la cabeza de una exótica ave del paraíso. Porque, es cierto, han dejado Zolando y la bisutería china por lo fetén, pero eso no les impide hablar de comunismo sin apearse de Prada y maldecir el consumismo.
Pero volviendo al envoltorio, digo vestuario, que es lo más visible y profundo de la cuestión, tengo que decir que se podría dividir a sus señorías por colores. La bancada de la derecha se mantiene gris y taciturna; en cambio, la de la dicharachera izquierda recuerda la cabeza de una exótica ave del paraíso. Porque, es cierto, han dejado Zolando y la bisutería china por lo fetén, pero eso no les impide hablar de comunismo sin apearse de Prada y maldecir el consumismo.
