Lo de saltarnos las normas lo llevamos en el ADN. Pero para llevar una escayola falsa a un concierto y acceder así a la zona para personas con movilidad reducida hay que tener la cara de cemento armado. Y contar con la buena fe ajena. Que el personal de la organización tuviese que dedicarse a comprobar la veracidad de cada usuario del reservado sería tan surrealista como terrible. Si ese ingenio lo usasen para hacer el bien...