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Amanece que no es Sánchez

Le despuntó a Sánchez, en el bancal de su primer huerto ministerial, un ministro estiloso —Maxim Huerta, se hacía llamar—, además de sensible, atractivo e intelectual. Y por si fuese poco, asiduo colaborador de un magazine en prime time. Le bautizó el presidente, en la cábala de puestos e impuestos, presididos y posesos, como ministro de Cultura. Un ministerio de gran utilidad en cualquier gobierno de progreso. Porque la cultura es la agrimensura de la razón creativa y la ingeniería civil de la poesía proactiva. Un ministro joven, equilibrado, con un ligero regusto en boca a rojas y delicadas frutas del bosque y un desplante melancólico en su mirar. Una joya, eso era, y en ese ser fue citado. Cómo lucía entre tan torpe lucerio ese magno plantón cultural cuando posaron por primera vez para la historia y con la historia a sus pies. Todo eran, entonces, luces de colores y ganas de colorear, hasta que lo puso en la picota el nubarrón de la sospecha de un mal paso fiscal. Un fiasco que el presidente no podía consentir, había largado a Mariano por desajustes contables y no era hora de contemporizar. Tocaba dar ejemplo, ejemplarizar, y qué mejor que esa prosa libre sin pedigrí en el imaginario ideológico ni afiliación al partido y socialmente reconocido en el que cualquier escarmiento nos hace escarmentar. Y ahora que lo narra con amarga ironía, lo suyo es narrar, dicen que respira por la herida, por donde había de respirar.