Isabel Díaz Ayuso
Todo compromiso revolucionario exige en el postulante una pose que permita al observador distinguir en él ese cambio por la sola fuerza de la constatación visual. Por esa razón, el empoderamiento de la mujer, como instrumento netamente revolucionario, demanda en ella, además de la acción ideológica y reivindicativa, en sus respectivos ámbitos sociales y familiares, esa actitud a la que antes aludía y que ha de ser, necesariamente, osada y desafiante, tanto que sea capaz de transmitir a quien la observa la potencia que guarda y la decisión que ser reserva para sí y en sí.
Hago estas observaciones en torno a las ideas de Gramsci y Foucault, en relación con la presidenta Ayuso, aventurando que quizá esa altiva pose suya sea su singular forma de expresar esa fortaleza que la distingue en sus apariciones públicas y de gobernanza. Sí, puede que se haya tenido que despojar del natural atuendo de su juventud y condición para mostrarse afectadamente diestra, adusta, adulta y severa en sus juicios y discursos.
Me parece remoto, pero cabe que no quiera empoderarse y desee solo alienarse a la causa masculina. O que sea, y me resulta ignoto, de esa condición por vías endógenas o exógenas.
Cabe también, a vuestro juicio lo dejo, que no haya sabido empoderarse o que empodere mal.
La cuestión es que se le debería respetar en esa condición revolucionaria que de ningún modo se desmerece en ella, atendiendo a que Isabel es mujer y es poder.