El verso del metaverso
La realidad virtual tiende a engolosinar nuestros sentidos haciéndolos concebir lo que siendo no es y en ese ser es. Y eso, a los realistas, no nos gusta, tanto es así que cuando el poeta Loto Pseguin, afirmó: “El metaverso esconde el total desentendimiento de la realidad por parte de la sociedad adulta”. No pudimos sino compartir la reflexión. Sin embargo, no hace muchos días, escuchando una noticia cercana a esta realidad relacionada con el arte, fui presa de la maravilla del hallazgo, en el exacto instante en el que entendí que estando, como estamos, asistiendo a un largo proceso de destrucción de la humanidad tal como la conocemos, y no por la violencia de las guerras, los desastres naturales o sociopolíticos que vivimos –siempre los ha habido y habrá—, sino por ese sentimiento hastío de amplio espectro causal que nos conduce a la imperiosa necesidad de colapsar y desaparecer. En ese momento, digo, la realidad virtual puede llegar a ser una magnífica alternativa de carácter paliativo en esa común eutanasia, porque ningún fármaco puede alcanzar a igualar la bella ilusión de embarcar nuestros sentidos en la recreación de una realidad agradable y elegida. De tal modo que la fatal desconexión, pase de ser un golpe de angustia y dolor a una placentera transición capaz de devolvernos al seno del universo sin otro trauma que el de diluirnos mansamente en él y en él seguir teniendo la sensación de vivir, ahora sí, realmente.